Después de la muerte no podrás llévate tus posesiones, pero tampoco te lleves emociones negativas. Es interesante el concepto de empacar, algunas personas tardan mucho en hacerlo, otras, menos y algunas, casi nada. No tardas lo mismo en empacar para
un fin de semana, un mes, un año o para cambiarte permanentemente de país.
¿Qué poner en la maleta? Estoy seguro de que se te haría absurdo pesar en que
una persona quisiera llevarse, por ejemplo, su comedor en un viaje a Europa.
¿Por qué? Porque empacamos en función de llevar sólo lo que te va a ser útil
para tu viaje, lo más ligero posible.
Con esto en mente ¿Tú qué estás empacando en la maleta que te llevas a la
eternidad? ¿Qué estás eligiendo para llevar contigo en este gran viaje? ¿Cuántas de las cosas por las que luchas y a las que dedicas la mayor parte de tu tiempo te llevarás contigo?¿Cuántas dejarás aquí? ¿Qué esperarías encontrar en esa maleta, en otra dimensión?¿Qué transportarías que no te pese, que no sea un lastre sino que te impulse y te vuelva más libre, que te funda con mayor rapidez con la energía perfecta, con el creador; o que te convierta en un ser mejor y más feliz, cualquiera que sea tu creencia?
Hoy te invito a reflexionar y analizar: ¿Has trabajado todo este tiempo en lo que realmente necesitas a fin de llevarte lo más útil para este viaje? ¿Empleas tu tiempo de manera cotidiana en empacar lo que te servirá para hacer crecer tu espíritu? ¿O estás desperdiciando tu tiempo, salud, energía y alegría de vivir en atesorar y empacar sólo cosas inútiles y sin sentido para tu viaje?
Como ya habrás advertido, a ese viaje no podrás llevar tu casa, dinero, muebles
o ropa. Tampoco podrás ir acompañado por tu madre, padre, esposo, hermanos,
amigos o hijos. No podrás cargar ni con tu belleza, poder o situación, ni siquiera
con tus ojos o manos. En síntesis, no te quedarás con nada de lo que para nosotros
los occidentales es la “realidad”; o sea, nada de lo que puedes ver, oír o
tocar. ¡Qué ironía haber trabajado tanto y sacrificado muchas cosas buenas en
la vida para que finalmente nuestras posesiones materiales se queden aquí y
nos resulten inútiles para el gran viaje!
Después de la muerte no podrás llevarte posesiones, pero tampoco te lleves
emociones negativas. Hoy estás a tiempo para decir “perdóname por favor, no
te quise lastimar”, o para decir “te perdono, no te guardo rencor”
¡Qué absurdo suena no poder llevarte las cosas “reales”. Por algo Antoine de Saint
Exupéry decía en su magnífica obra El Principito que “lo esencial es lo invisible
para los ojos, sólo se distingue con el corazón”. Porque la realidad verdadera no
es la ilusión momentánea, fugaz y finita que desaparecerá al terminar de empacar.
El común denominador de las religiones es el creer que el Ser o la conciencia,
el pensamiento y la memoria siguen siendo parte nuestra después de la muerte;
y que nuestra vida no termina aquí, no nos desvanecemos o dejamos simplemente
de existir. Pero aunque no hubiera cielo, infierno o purgatorio, ni Dios
nos premie o castigue, lo haremos nosotros a través de nuestra conciencia. Si
llevas resentimiento, odio, alguna otra emoción negativa o ciclos no cerrados,
seguramente tu alma no podrá estar en paz.
Es probable que al morir conservemos nuestra conciencia tal y como se encuentre
en ese momento. Nada cambiará, sólo dejaremos nuestro cuerpo, pero
nuestra conciencia individual, nuestro Yo y nuestro Ser en conjunto posiblemente
seguirán siendo iguales, estarán en el estado exacto en que se hallaban
en el momento de abandonar nuestro cuerpo. Esto quiere decir que si somos
infelices al morir, seguiremos siendo infelices; si albergamos sentimientos de
culpa o de odio, continuaremos odiando y sintiéndonos culpables; si morimos
amargados seguiremos amargados, pero si morimos amando, contentos con lo que somos, satisfechos de lo que hemos logrado, felices de vivir, conservaremos siempre la plenitud de ese estado de conciencia.
La conciencia nos da la pauta para ser felices o infelices. Con seguridad tú conoces
a personas que tienen todo para ser felices y no lo consiguen, así como a otras que son felices a pesar de no tener nada. La felicidad no depende de las cosas externas sino de las internas, de nuestra conciencia y su evolución, de nuestro Ser esencial: es un proceso cien por ciento interior.
Si Dios conmigo, ¿quién contra mí?...
M E D I T A C I O N E S P A R A R E N Ä S E R
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